SpeedArt

Algunas de mis imágenes no terminan en la cámara. De hecho, apenas comienzan ahí. La fotografía es, para mí, el primer gesto de una conversación más larga, más profunda, más intuitiva. Es la captura de una materia prima visual —una luz, un gesto, un fragmento de realidad— que luego será transformada, alterada, reinterpretada. Cada una de mis obras nace de una fotografía tomada por mí mismo, no por un afán de control, sino porque necesito que todo surja desde mi propia mirada. Desde ahí, desde lo íntimo, comienza el verdadero proceso creativo.

Lo que hago podría llamarse fotomontaje, fotocomposición, arte digital… pero para mí es, sobre todo, una forma de contar lo que no sé decir de otro modo. Uso Photoshop no como un truco, sino como un instrumento de revelación. No busco engañar al ojo: busco abrirle otras puertas. Me interesa la imagen como territorio de lo posible, como una escena donde se cruzan lo vivido, lo soñado y lo imaginado.

Cada composición es una pequeña reconstrucción de lo que soy o de lo que observo. A veces, las imágenes que creo parecen irreales, fantásticas, incluso imposibles. Pero todas contienen una verdad emocional. Hay algo de autobiografía en cada una, aunque no sea evidente. Trabajo desde la intuición, desde el deseo de ver algo que aún no existe. Manipulo luces, combino fragmentos, juego con el tiempo y el espacio. Desarmo y vuelvo a armar hasta que la imagen me habla, hasta que me devuelve una emoción que reconozco como auténtica.

En ese proceso hay soledad, sí, pero también una forma de encuentro. Me interesa que el espectador no solo mire, sino que se detenga, que sienta algo. Que se haga preguntas. Que encuentre en lo visual una resonancia con sus propios sueños o inquietudes.

No hago esto para ilustrar una idea, sino para descubrirla. El arte, en mi caso, no es una respuesta sino una búsqueda constante. Y la fotocomposición es mi forma de navegarla.